miércoles, 26 de febrero de 2014

Notas Arqueológicas: La disyuntiva de Marina y yo.

Antes, mucho antes de toda la marabunta emocional/enérgica de estas dos últimas semanas, tenía la intención de escribir de nuevo sobre una escritora; de esas a las que los manuales olvidan o dedican un párrafo en el que nos cuenta cuántas/os hijas/os tenía y a qué se dedicaba su marido. Mientras pensaba cómo enfocar esta nueva Nota Arqueológica pensé en cómo mi camino y el de Marina Tsvetáieva se habían cruzado hace más de una década.

Hace más de diez años yo era una universitaria llena de sueños y esperanzas y esas cosas que haces cuando aún no has cumplido los veinte o hace poco que lo has hecho. Es de esos periódos en los que el mundo que tenías a tu alrededor se derrumba causando nubes de polvo tras las cuales empieza a vislumbrarse algo más. Marina Tsvietáieva fue como una de esas nubes para mí. Cuando una no sabe por donde ir, qué elegir o si lo que está afirmando con pasión será algo de lo que se arrepentirá dentro de un lustro o dos... Y ahí estaba Marina afirmando lo que yo sabía pero no me atrevía a decir en voz alta: qué solas estamos.

Marina Ivánovna Tsvietáieva nació moscovita y en el seno de una familia con posibles lo cual hizo que tuviera acceso al arte y la música desde siempre pese haber nacido en 1892 (diez años más tarde que Virginia Woolf) en pleno periódo prerrevolucionario. Empezó a escribir muy joven, como la mayoría de personas que escriben, un hábito de toda la vida, como la lectura o la música y publicó su primer poemario antes de cumplir dieciocho años. Su tranquila vida de niña bien se vio truncada por la Revolución bolchevista en el 17 y a partir de ahí se quedó sola para siempre. Siempre que la leo (y la releo a menudo) me abre algo por dentro. Murió sola y olvidada, desterrada y sin trabajo. Con una soga al cuello en el año 1941. En Rusia. La echaron a una fosa común como a tantas otras gentes.

Muchas de mis amistades saben que tengo cierto apego por poetas que no han estado nunca ligados a ninguna corriente política pese a que sea prácticamente imposible huir de ellas. Para Marina el ideario de vida era la soledad: nunca fue aceptada por los artistas exiliados, ni invitada a volver. Cierto que mantuvo amistad con otras artistas de su época como Anna Ajmátova, Sofia Párnok o la actriz Sonja Holliday. Con las dos últimas tuvo una relación amorosa también y les dedicó varios poemas en los que habla de ello, un ensayo hermosísimo que tituló Carta a la Amazona. Sin embargo no fueron las únicas, el amor fue uno de los motores de la poesía de esta peculiar y mágica mujer que nunca quiso atarse a nada más que su manera de ver el mundo y la vida.

Personalmente, yo adoro el Poema del fin, que escribió en 1924 en Praga y lo dedica a una ruptura con su amante de aquella época. Hace años escribí hasta mi propio Poema del fin en prosa que siempre ha sido lo mío. La visceralidad y la vehemencia con las que encara el poema te atrapan por completo y no puedes dejar de leer hasta que terminas los catorce fragmentos que lo componen: La casa está en nosotros, y otros muchos versos inolvidables que se te clavan por dentro ya desde la primera estrofa con ese "donde siempre, él./ Como el destino".

Con voz fuerte y clara
y mirada segura:
-vámonos, mi amor,
tengo que llorar.

La disyuntiva con Marina surge de que yo soy capaz de sentir por ella, como si fuera ella a través de sus versos pero me gusta creer que no soy así y que el destino no es más que algo que te labras tú. Paradójicamente siempre acabo volviendo a caer y volviéndola a leer, ya sean los poemas, las cartas, los ensayos. ¡Marina está en nosotros!. Especialmente mantuvo una maravillosa correspondencia con otros dos de mis escritores preferidos: Rainer Maria Rilke (Jeder Engel ist schrecklich!) y Borís Parternak (y su memorable Doctor Zhivago -si me vistéis llorar alguna vez en el autobús era porque lo estaba leyendo-). Su correspondencia estuvo traducida y publicada en dos libros que recogen las Cartas del verano de 1926 (Mondadori, 1993), su intensa relación con Pasternak y Rilke que acaba con la muerte de éste y la composición del poema "Por el año nuevo" en su memoria; en un libro que llegó a mis manos de casualidad llamado El país del alma (La Poesía, señor hidalgo, 2008), o en sus ensayos tan autobiográficos y personales como Mi Pushkin. Aún así, aún no siendo como ella pero admirando en la distancia su valentía al no someterse a nada ni nadie más que a ella misma -y esto es difícil hoy, imagináos hace cien año, exiliadas y olvidadas-; os recomiendo encarecidamente los escritos de esta grande y trágica persona que fue Marina.

Ps. No sé cómo ha quedado el texto. No quería ensalzarla... Para mí es como una amiga más, sólo quería hablaros de su obra y hacer ver que era, ante todo, una persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario