jueves, 3 de abril de 2014

Notas Arqueológicas: Ajmátova o la persistencia de la memoria.

Dije que seguiría hablando de rusas. Tengo más en el tintero pero ya que hablé de mi Marina hace cosa de un mes, veo justo hablar de Anna ya que juntas, y según la crítica, forman el dúo que mejor define la Edad de Plata de la poesía rusa (junto con Pastenak y Mandelstam). Confieso que mi interés por ella es más tardío que mi amor por los poemas de Marina, yo sabía que existía, claro, pero no había leído nada suyo ni me había interesado. Fue entonces cuando mi amigo Pedro me trajo de París una edición preciosa de Requiem. En versión original y francés. No sé si os pasa pero a mí el cirílico me hipnotiza, es difícil definirlo: la primera vez me pasó mientras leía una edición bilingüe del Jinete de Bronce. Hay una magia intrínseca detrás de cada grafía flexible y recta al mismo tiempo.

Si siento que leer a Marina es ponerme ante un espejo, con Anna me pasa una cosa curiosa: me exprime el corazón. Es como si supiera qué decir para que se encogiera, primero un poco, luego otro poco y cuando te das cuenta lo tienes en un puño y te asoman lágrimas en los ojos. Es un historia diferente.

Anna Andréyevna Ajmátova (1889-1966), al igual que Marina Tsvietáieva también era una hija de buena familia aunque ésta jamás quiso saber nada de sus versos. Nació a finales del siglo XIX , época en la que si eras mujer más te valía nacer bien si tenías talento para las artes o si querías estudiar. Nuestra protagonista estudió Derecho e Historia aunque antes cada una de estas disciplinas implicaba muchas más cosas, como saber latín o griego, o conocer la historia de las artes, mitología y filosofía. De todos modos, su vida no fue ningún camino de rosas, no sólo porque la Revolución bolchevique la pilló en Petrogrado sino porque -esta es mi humilde opinión- ninguna de sus parejas supo apreciarla tal y como era ella. Su tercer marido, dicen las malas lenguas, la mandaba a limpiar pescado cuando alguien le preguntaba por sus versos en detrimento de la obra investigadora del buen señor (Punin, creo recordar que era su apellido). El caso es que Anna vivió pobre, olvidada y temiendo por su hijo, Lev, a quien enviaban de vez en cuando a Siberia porque todo el mundo sabe que los hijos de las poetas son gente peligrosa.

No fue hasta 1954 cuando se reconoció la aportación de Anna Ajmátova a la literatura e incluso estuvo nominada el Premio Nobel. Creo que Oxford la nombró doctora Honoris Causa. Fueron más reconocimientos de los que Marina, por ejemplo, pudo ver en vida. Al menos Anna vivió para contarlo. Su exilio fue interior y apareció varias veces en la prensa rusa como persona peligrosa. Sus versos se vetaron en los años 30 y los nuevos poemas que componía los quemaba una vez aprendidos de memoria. Anna matuvo viva su lírica en las mentes de sus amigos quienes la ayudaron a ocultar sus versos por temor a las represalias. Sus versos estaban llenos de dolor:

Estaba entonces junto a mi pueblo
y con él compartía su desgracia.

Su obra es intermitente y el parón de casi diez años en el que sólo escribe Réquiem se debe al dolor que le suponía ir a diario a ver a su hijo a la cárcel y ver su historia replicada en los rostros de las demás mujeres que hacían cola. Aunque se rumorea que a su esposo, Punin, no le gustaba que escribiera versos. Los primeros poemas son casi desconocidos para mí aunque creo que en el 21 le dedicó uno a Marina, al menos eso cuenta en una carta que le escribió en abril de ese año donde le pide que por favor, se lo firme para ella y su hija Alia, El llantén. Según este libro (El País del Alma que recoge las cartas que escribió Tsvietáieva entre 1911 y 1941), Ajmátova escribió también La bandada blanca y El rosario, en 1917 y 1914 respectivamente. No es hasta 1965 cuando su Poema sin héroe, mi libro preferido de ella sin duda alguna, conoce la luz y éste no se publica completo hasta diez años más tarde de forma póstuma.

No cubras con tu mano mi cabeza
-haz que tiempo se detenga para siempre
en el reloj que me diste.

No escaparemos a la desagracia,
y el cuco no cantará
en nuestros bosques quemados...

Cantaba ella ante el olvido respondiéndole a éste con la memoria de los suyos. Una memoria que supo recordarla fuera y dentro de las paredes de su exilio:
Juntos seremos tan temibles
que el siglo veinte se conmoverá de raíz.


Ps. También hay poetas al otro lado. Ya hablaré de ellas. Otro día.

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